¡Qué extraño!
Después de ofrecerle el pan que nos sobró en el desayuno a una de las mujeres que va vendiendo pulseras, de sonreír a las mujeres tribales y no hacerles fotos por respeto, de darle dinero a una ancianita con cáncer de piel, de regalarles caramelos a los niños en el río y negarles un cigarro, de comprar libros y donarlos al colegio, de meterle en una bolsita, a otra mujer que va vendiendo pulseras, los restos de nuestra ensalada y de sentar a nuestra mesa a un niño deficiente e indigente para que cenara con nosotros; mi conciencia, en lugar de quedar reluciente, tiene unas manchitas que no salen, que no se que voy a hacer con ellas.
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