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miércoles, 29 de julio de 2009

Un día cualquiera

Hoy es martes 18 de julio del 2009, y estamos en Vang vieng, al norte de Vientiane, Laos.
Me ha despertado Pedro con una brisa de besos y secretos susurrantes de los que nunca me bastan, comienzo augurante del día que nos esperaba. Cada vez que me asomo al balcón de nuestra habitación me surge una oración: Padre nuestro que estas en Vang Vieng... puesto que si es cierto que Él creó el mundo, seguro que se quedó por aquí. Veo unas montañas calizas, pináculos empinados cubiertos de lujuriosa vegetación envueltos en nubes cargadas de vida, pareciera una postal si no fuera por el gran río que las cruzan con su corriente poderosa. Me pregunto cómo es posible que no se acabe nunca.
Hoy nadamos en aguas celestes adentrándonos entre risas en la cueva de donde manan, subimos escaleras infinitas para alcanzar la gruta de los misterios con miles de estalactitas goteantes y lagos oscuros, jugamos en el río con la tormenta salpicando el agua y nos sentimos niños, y sonreímos como locos insuflados por el poder de la natura, y acabamos agotados y felices como cuando todo era nuevo.
Al llegar a Laos supe al instante que me iba a gustar mucho, pero no sospechaba que este lugar tuviera el poder de lanzarme al presente como un disparo de energía en el centro de mi frente.



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