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viernes, 26 de marzo de 2010

Una rapsodia musical, aromatica y luminiscente


    Zirraam era un@ tígal@ muy infeliz. Los tígalos eran seres muy parecidos a nosotros aunque su mundo era muy civilizado, tecnológico y avanzado. En sus proyectores de acontecimientos no se mostraban guerras, sufrimientos ni contaminación y así parecía que allí no existía el miedo y que todos eran felices. Los tígalos dedicaban su energía y su tiempo a elevados entretenimientos como las artes plásticas, las bellas artes, la declamación, la meditación y la moda, y tal vez por la ausencia de enemigos se entregaban con un entusiasmo fervoroso a alcanzar altos niveles de maestría en todas estas facetas. Zirraam era un@ erudit@ con el saxocello, el maracordeón y el uquelele, y gustaba de pasar algunas tardes programando su odórilum para proporcionarse poemas de aromas y colores muy apreciados por la ciudad. También era un@ gran orador@ y conversador@ y hacía poco que había logrado levitar durante sus meditaciones. Pero la moda era otra historia, aunque tenia muy buen gusto era un tormento que sufría con desaliento cada día.
     En Tígaland la moda ya no se remitía a los atuendos, accesorios, maquillajes y peinados que llevaban, eso eran cosas arcaicas de varias centurias atrás. Actualmente la moda era una combinación de tatuajes, escaraciones, musculaciones, grasas localizadas, arrugas y celulitis de distintas texturas, y cuantas menos operaciones de cirugía estética intervinieran más sofisticado se consideraba el resultado. Obviamente las tendencias masculinas y femeninas eran totalmente distintas, casi opuestas, y eso era lo que tenia a nuestr@ amig@ tan agotad@. Zirraam era un@ tígal@ muy apreciad@ dada su condición de hermafrodita y aunque esto le proporcionaba una popularidad asombrosa que no debía esforzarse lo más mínimo por mantener, el hecho de intentar ir a la moda le resultaba casi imposible. Si en los hombres se llevaban las escaraciones en los antebrazos, trenzas en las patillas y pies planos, las mujeres llevaban tatoos de esporas, depilación absoluta y extremidades esqueléticas, así que, para cuando lograba alcanzar un equilibrio en su cuerpo entre las dos tendencias, se daba cuenta de que ya se estaba pasando de moda, y entonces maldecía eones al gran genio ancestral al que se le ocurrió la idea de instaurar la moda. Ell@ prefería la música, donde la pauta la imponía cada uno con su estado de animo o su apetencia y no un tígalo aburrido con ganas de atormentar a los demás. Cuando estaba a solas componía redentoras sinfonías que acompañaba con composiciones odorilumínicas que no tenia tiempo de disfrutar, como no, por culpa de la moda, y esto l@ iba irritando cada vez más saturándol@ de indignación.
    El colmo fue la temporada en que lo último en las mujeres era ir muy morenas, con los hombros hiperdesarrollados y con rodillas enormes, y en los hombres una palidez cadavérica con un gran cinturón de grasa, tobillos hinchados y cara de globo. Lo pasó mal, realmente mal. Tras estudiar detenidamente todas las variantes, acabó decidiéndose por un bronceado a franjas verticales y una serie de musculaciones y engrosamientos de tal manera dispuestos que parecía que llevaba cinco flotadores debajo de un pijama. Lo que más le costó fue la cara de globo, después de hincharla, estirarla, pulirla y desdibujar sus facciones durante días, Zirraam se sintió lo suficientemente satisfech@ como para atreverse a cruzar su teletransportador. Fue aquel día cuando, al morir repentinamente un famoso cómico muy delgado, se pusieron súbitamente de moda las arrugas de la risa con un tatoo de payaso de cuerpo entero sobre una figura muy espigada, y fue aquel día también en el que Zirraam se encerró en su cubículo y empezó a llorar desesperad@ destrozando todos los aparatos de musculación, los artículos de engorde localizado, los programas de tatuaje y escarificación, la cámara de compresión, la cabina solar metamórfica y todos los demás artilugios y artefactos que necesitaba para ser lo “más“, mientras gritaba que ni el peor sádico podría haber inventado semejantes armas de tortura. Sólo cuando todo quedó hecho añicos pudo parar de llorar, tomó una fuerte inspiración y dijo en voz alta con un sonido firme y ronco: “Basta, se acabó, no puedo más”. Sin saber aun que sentir, pasó lentamente la vista por su obra de destrucción y se dispuso a meditar flotando sobre todas aquellas ruinas de tubos, cables y microchips.

    No sabe cuando pasó de estar concentrad@ a estar dormid@, lo que sí sabe es que cuando despertó se sintió livian@ como la risa aunque no se había aplicado ningún tratamiento de extracción de masa radical. Se levantó y tarareando una improvisada melodía fue metiendo los escombros en bolsas de látex extrarresistente y las lanzó por el conducto de residuos reciclables. No encendió el proyector ni consultó el neuroboletín, se dedicó, en cambio, a componer una rapsodia absort@ en esa sensación nueva que l@ inundaba. Así le pasaron las horas, y de las horas los días mientras se le acumulaban los mensajes en el virtualfón y las alertas de visita en el biobuzón de su cubículo. La gente se preguntaba donde estaría y que le habría ocurrido pero ell@ no tenía ganas de ver a nadie ¡se sentía tan bien sol@! así que en unas semanas, con lo agitada que era la vida social en la ciudad, se olvidaron de Zirraam. En ese tiempo ell@ compuso, creó y danzó, bailó por el espacio recuperado a la tecnología, rescatando a su cuerpo de todas las presiones infringidas y liberando su mente de pautas y normas. En algún momento, dando una de tantas vueltas se vio, por el rabillo del ojo, reflejad@ en una superficie pulida y paró en seco. Se detuvo a observar con detenimiento su nuevo físico al natural, ausente de desfiguraciones, original, real, auténtico, y le gustó. Le gustó mucho más que cualquiera de todas las absurdas modificaciones que se había hecho, y se quedó allí horas, mirándose y sonriendo mientras sentía por su cuerpo el sabor de la alegría que da la libertad.

    Un tiempo después ocurrió algo que sacudió Tígaland como un estallido en los oídos de un durmiente. Un@ hermafrodita se paseó por la metrópoli sin ningún tipo de pudor, mostrando su cuerpo natural sin alteraciones artificiales, saludando a todo el mundo con una sonrisa en los labios y llevando consigo un par de artilugios. Algunos se horrorizaron, otros l@ tomaron por id@ pero a unos pocos les fascinó la valentía de ver cumplido el sueño que ellos mismos habían soñado. Cuando llegó al punto más concurrido encendió su odorilum y su emisor y comenzó a moverse entre haces de luz, soplos de esencias y escalas musicales. Entre giros y piruetas los más valientes se dejaron contagiar y l@ acompañaron pateando sus complejos y prejuicios, y entre risas y caras radiantes danzaron hasta acabar agotados enredados por el suelo.
    Aunque Zirraam instauró una nueva tendencia que muy a su pesar, no duró mucho, por un tiempo todos los tígalos se sintieron libres y extrañamente alegres. Pero al cabo de pocas semanas volvieron las formas forzadas y ell@ volvió a estar pasad@ de moda, aunque esta vez de manera voluntaria y definitiva, acompañad@ por un grupo de tígalos locos que siguieron con sus vidas tan felices como ell@.
Landiblau

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