Zirraam era un@ tígal@ muy infeliz. Los tígalos eran seres muy parecidos a nosotros aunque su mundo era muy civilizado, tecnológico y avanzado. En sus proyectores de acontecimientos no se mostraban guerras, sufrimientos ni contaminación y así parecía que allí no existía el miedo y que todos eran felices. Los tígalos dedicaban su energía y su tiempo a elevados entretenimientos como las artes plásticas, las bellas artes, la declamación, la meditación y la moda, y tal vez por la ausencia de enemigos se entregaban con un entusiasmo fervoroso a alcanzar altos niveles de maestría en todas estas facetas. Zirraam era un@ erudit@ con el saxocello, el maracordeón y el uquelele, y gustaba de pasar algunas tardes programando su odórilum para proporcionarse poemas de aromas y colores muy apreciados por la ciudad. También era un@ gran orador@ y conversador@ y hacía poco que había logrado levitar durante sus meditaciones. Pero la moda era otra historia, aunque tenia muy buen gusto era un tormento que sufría con desaliento cada día.


No sabe cuando pasó de estar concentrad@ a estar dormid@, lo que sí sabe es que cuando despertó se sintió livian@ como la risa aunque no se había aplicado ningún tratamiento de extracción de masa radical. Se levantó y tarareando una improvisada melodía fue metiendo los escombros en bolsas de látex extrarresistente y las lanzó por el conducto de residuos reciclables. No encendió el proyector ni consultó el neuroboletín, se dedicó, en cambio, a componer una rapsodia absort@ en esa sensación nueva que l@ inundaba. Así le pasaron las horas, y de las horas los días mientras se le acumulaban los mensajes en el virtualfón y las alertas de visita en el biobuzón de su cubículo. La gente se preguntaba donde estaría y que le habría ocurrido pero ell@ no tenía ganas de ver a nadie ¡se sentía tan bien sol@! así que en unas semanas, con lo agitada que era la vida social en la ciudad, se olvidaron de Zirraam. En ese tiempo ell@ compuso, creó y danzó, bailó por el espacio recuperado a la tecnología, rescatando a su cuerpo de todas las presiones infringidas y liberando su mente de pautas y normas. En algún momento, dando una de tantas vueltas se vio, por el rabillo del ojo, reflejad@ en una superficie pulida y paró en seco. Se detuvo a observar con detenimiento su nuevo físico al natural, ausente de desfiguraciones, original, real, auténtico, y le gustó. Le gustó mucho más que cualquiera de todas las absurdas modificaciones que se había hecho, y se quedó allí horas, mirándose y sonriendo mientras sentía por su cuerpo el sabor de la alegría que da la libertad.
Un tiempo después ocurrió algo que sacudió Tígaland como un estallido en los oídos de un durmiente. Un@ hermafrodita se paseó por la metrópoli sin ningún tipo de pudor, mostrando su cuerpo natural sin alteraciones artificiales, saludando a todo el mundo con una sonrisa en los labios y llevando consigo un par de artilugios. Algunos se horrorizaron, otros l@ tomaron por id@ pero a unos pocos les fascinó la valentía de ver cumplido el sueño que ellos mismos habían soñado. Cuando llegó al punto más concurrido encendió su odorilum y su emisor y comenzó a moverse entre haces de luz, soplos de esencias y escalas musicales. Entre giros y piruetas los más valientes se dejaron contagiar y l@ acompañaron pateando sus complejos y prejuicios, y entre risas y caras radiantes danzaron hasta acabar agotados enredados por el suelo.
Aunque Zirraam instauró una nueva tendencia que muy a su pesar, no duró mucho, por un tiempo todos los tígalos se sintieron libres y extrañamente alegres. Pero al cabo de pocas semanas volvieron las formas forzadas y ell@ volvió a estar pasad@ de moda, aunque esta vez de manera voluntaria y definitiva, acompañad@ por un grupo de tígalos locos que siguieron con sus vidas tan felices como ell@.
Landiblau
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