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viernes, 1 de enero de 2010

El pequeño jinete

Llegamos a Jaisalmer el mismo día 31 por la mañana, nos alojamos y nos apuntamos a “la gran fiesta de año nuevo en el desierto”. Después de comer nos llevaron en jeep al campamento, en una zona árida, y por el camino vimos algunos poblados, rebaños de cabras negras de cara blanca y ovejas blancas de cara negra, también vimos a las afortunadas camellas paseando libres con sus crías mientras los machos nos esperaban ensillados para llevarnos a ver el atardecer. Cuando el animal se puso en pie y me dejé llevar por el balaceo de su paso me sentí entre una reina maga y una mujer del desierto. La gran cantidad de molinos de viento no me estropeó el paseo, concentrada en conservar una postura digna y disimular haciendo como que me estaba recolocando a cada vez que pensaba que me iba a caer del camello. Al fin llegamos a la duna desde donde vimos la puesta de sol y el esplendor de la luna. 

Ya de noche volvimos al campamento, pero esta vez el muchachillo que guiaba a mi montura se sentó detrás de mí, pasando las riendas por debajo de mis brazos.  Era un niño del que no logré averiguar el nombre, y “un gran jinete”, me dijeron, que sentado a mi espalda no podía ver nada, pues sus ojos quedaban a la altura de mis omóplatos. Es cierto que es un gran jinete, durante el camino de vuelta intenté averiguar su nombre, pero él no hablaba inglés y se limitaba a repetir todas mis palabras. La luz de la luna dibujaba nuestro perfil en la arena, ¡como me gustan las sombras que forma la luna! Y alejándose un poco del ruidoso grupo de italianos, mi camellero, pequeño hombrecito del desierto, comenzó a cantar canciones, que aunque no entendía me hicieron llorar. ¡Bravo! Le dije, y bravo repitió él. Bravo my friend, thank you very much, gracias por hacer tan especial aquel momento.

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